'BABYFACE' a los 50

NO TOCAR! Porque los rostros ‘de plástico’ están ‘out’ y la inexpresividad resulta muy poco elegante, hay ciertas arruguitas mejor dejar en paz.

No, a estas al­turas no nos vamos a po­ner a izar la bandera de «la arruga es bella». Ni mucho menos... Porque ni todas lo son, ni con los avances estéticos actuales resulta, por suerte, necesario, asumir un-rostro-tipo- uva-pasa sea cual sea la cifra que señala nuestro DNI. La auténtica clave reside en no pasarse tam­poco para el otro lado -«ni tanto ni tan calvo» que diría mi abue­la- o, lo que es igual: evitar llegar a los 60 y tantos con un rostro de pseudoadolescente entrada en años: excesivamente rellenado, tensado in extremis... Y, reco­nozcámoslo, en realidad, más chocante que realmente favore­cedor por su más que evidente artificialidad.

¿’BABYFACE’ A LOS 50?

Preservar la juventud ha sido una obsesión históricamente recu­rrente, cuyo culmen lo hemos vi­vido (lo estamos viviendo) en los últimos 50 años. Fue allá por los años 60, con el inicio del fenó­meno de las conocidas como baby faces: mujeres de rostros ani­ñados que, cíclicamente desde entonces, no han dejado de des­puntar como iconos de belleza a emular. De las pioneras Twiggy, Mia Farrow o Audrey Hepburn a las contemporáneas Kate Moss o Natalia Vodianova, por citar solo unos cuantos ejemplos, sus rutilantes apariciones en el cine, las producciones de moda, las vallas publicitarias, los photocall y el papel cuché han contribuido a asentar los rasgos adolescentes como el ideal de belleza a alcan­zar y, por ende, convertido la eli­minación, sin piedad, de cual­quier leve signo del paso del tiem­po, en primerísima prioridad es­tética femenina de nuestra era.
Es, en realidad, una lucha sin cuartel y aunque las ‘armas’ se han perfeccionado hasta el infi­nito (el bótox, los rellenos y has­ta los liftings tridimensionales en quirófano ofrecen cada vez resul­tados más naturales), lo cierto es que cada edad tiene sus propios rasgos y tratar de emular las fac­ciones de los veintipocos cuando se tienen 40 y tantos no suele re­sultar, según confirman algunos de los más reputados especialis­tas en estética, el planteamiento más adecuado. Ocurre algo simi­lar que con el guardarropa: cier­tas prendas y estilismos que fun­cionan a los 15 no suelen cuadrar tan bien a partir de los 30, ¿ver­dad? Así, como nuestro fondo de armario, el envejecimiento de­pende de cada cual y ha de ser capaz de adaptarse a la medida exacta de cada rostro. Por eso, igual que la mini no suele funcio­nar demasiado bien cuando se andan rondando los 50, con la ausencia casi total de arrugas ocurre algo muy similar: suele acabar por resultar chocante. Hay ciertos signos del paso del tiempo que, pasada cierta edad, no están mi mucho menos de más, sino todo lo contrario. Son huellas de lo vivido que, si bien se pueden atenuar, parece que no conviene eliminarlas del todo. Ocurre con las arruguitas de la sonrisa e in­cluso con las tan temidas patas de gallo. Un maestro entre maes­tros, el cirujano plástico brasileño Ivo Pitanguy (Instituto Ivo Pitanguy. Río de Janeiro. Brasil. Tel. 21 2266-9500), considerado uno de los padres de la cirugía estética moderna y con un prestigio internacional y un criterio estético sin mácula se muestra, por ejemplo, contrario a eliminar en general las patas de gallo, in­cluso cuando la técnica a real izar es un lifting. Sin renunciar a que se le note su edad gracias a mantener parte de las evidencias de la misma. G. tiene arruguitas, las justas, las que Pitanguy, según con­fiesa, se negó a borrarle, «Ivo siempre dice que hay ciertas lí­neas de expresión que no se de­ben tocar, como las que a mí se me forman de sonreír alrededor de los ojos. Yo, al principio, que­ría que me las ‘quitara’ también pero, la verdad, es que ahora me doy cuenta de que me vería muy extraña sin ellas... Tengo más de 50 años: no puedo ni debo pretender parecer una chica de 20». Suena de lo más razonable ¿no es cierto? 

«Es fundamental guardar siempre la dignidad de los años vividos. No borrar la personalidad». Así es como lo expresa el propio pro­fesor Pitanguy, quien también asegura que el quid de la cuestión radica en el equilibrio «cuando el envejecimiento es armónico y se refleja en signos del paso del tiempo suaves que no chocan con el espíritu joven interior, en mu­chos casos dicho envejecimiento resulta agradable y estético, de tal forma que no tiene por qué ser necesario corregirlo ni realmen­te la persona sentirse en la necesidad de hacerlo». Claro que, como recuerda Ivo, «el envejeci­miento no es igual para cada persona» y asegura que, de una forma genérica, entre lo que más frecuentemente nos lleva a ‘re­tocarnos’ es «la pérdida de equilibrio entre la parte superior e inferior del rostro». En esos ca­sos, el profesor aboga por reequilibrar ambas regiones «de una forma suave, muy cuidadosa, que permita mantener la natura­lidad y personalidad del rostro» evitando siempre «procedimien­tos excesivos que pueden crear más ‘deformidad’ que belleza». La clave, según él lo expresa, es­triba en «estudiar cada rostro in­dividualmente y valorar si ver­daderamente es necesario o no interferir». Pues, efectivamente, asegura el cirujano, que no siem­pre es preciso ni resulta estético erradicar por completo los indi­cios de los años. Rellenarse en demasía los labios en pos de un supuesto aspecto más joven para nuestra sonrisa es uno de los ejemplos que pone Ivo Pitanguy: más que restar años, es un reto­que que, en muchos casos, acaba por otorgar «un aspecto un poco grotesco y nada natural». Lo bá­sico en esta región -asegura el experto- no es tanto ganar volu­men como «mantener la sutileza y definición del arco de cupido que se forma en el labio superior y, en general, de todos los detalles de esa zona».

ARTIFICIAL ES CONTRARIO A BELLO

Absolutamente de acuerdo con Pitanguy, las doctoras Mar Mira y Sofía Ruiz del Cueto (codirectoras de la Clínica Mira+Cueto. Madrid. Tel. 915 626 713) aportan el punto de vista desde su espe­cialidad, la medicina estética fa­cial y afirman que «el objetivo estético a planearse no debería ser el ‘borrar’ la edad o aparentar la que no se tiene sino, más bien, depurar o mejorar la apariencia propia de cada momento de la vi­da, evitando a toda costa, el caer en la ‘máscara’ o el disfraz». Afirman, incluso que «una per­sona de 60-70 años, libre de arru­gas al cien por cien, siempre re­sultará antinatural. Por mucho que se pretenda, no se puede te­ner a esa edad la cara de los 20 años: siempre habrá algo que cho­cará, se perderán el encanto y la armonía; algunas personas pre­tenden conseguir eso, obsesiona­das por la arruga y alcanzan a esta edad una imagen que raya lo patético», sentencian.

Desde luego -continúa la dra. Mar Mi­ra-, mejor no borrar cier­tas arruguitas acordes con la expe­riencia de la vida y que dan esa nota de particularidad o indivi­dualidad a cada cual». Por ejem­plo, tal y como señala la experta, es natural que se vayan marcando suavemente arrugas finas en la frente, y que estas tengan movi­miento, «en cierto modo son par­te de nuestras vivencias persona­les y creo que suavizarlas, no bo­rrarlas, sería lo más adecuado». También aquellas arrugas facia­les, como las que deja como estela nuestra sonrisa y expresión, es algo natural que se agudicen con el tiempo, el concepto en es­te caso sigue siendo el mismo, siempre ‘suavizar’ nunca elimi­nar. «Un rostro debe ser siempre dinámico, vivo, natural, vivido... Y eso es incompatible con un as­pecto artificial, de muñeco de cera». Se trata de buscar la armonía y naturalidad: dos conceptos absolutamente contrarios a un ‘efecto planchado’ pues, como dicen Mira y Cueto: «aquello que choca con la armonía particular por norma deja de ser bello».

Pitanguy y Mira+Cueto no son los úni­cos en pensar de esta forma. Cada vez son más los exper­tos que abogan por un envejeci­miento de apariencia natural lo que implica decir no al retoque masivo y dar libertad de paso, de ‘emerger’ y ‘quedarse’, a ciertos rasgos que evidencian, suave y equilibrada-mente, nuestra edad.
Parece evidente, por tanto, que la corriente empieza a variar. Ya se vislumbra un cambio de tercio en la mentalidad colectiva, cada vez más proaging que anti-aging. Lo avalan los cirujanos plásticos y los médicos estéti­cos... Y también la publicidad (máximo ‘asentador’ de iconos estéticos de nuestra era). Así, des­de hace unos cuantos años, por fin nos empieza a parecer normal que los rostros imagen de las campañas de cosméticos para pieles maduras sean verdadera­mente mujeres maduras y no mo­delos veinteañeras sin una sola línea de expresión. Entre las pio­neras, Nivea y L’Oréal Paris, es­ta con su fichaje de Jane Fonda. Y, de los más recientes, también para L’Oréal, la veterana y ultra-chic Inés de la Fressange, icono eterno del allure parisino y nueva embajadora-madura, sin grandes retoques aparentes, de la casa francesa. Ellas y otras muchas (cada vez más) son la mejor prue­ba de un fenómeno ante el que incluso las pasarelas parecen ha­ber cedido, dado carpetazo a su ancestral ‘alergia’ a la edad, rom­piendo moldes en las últimas tem­poradas haciendo desfilar a mo­delos evidentemente ‘entradas en años’. Tomemos nota.                                     M.R.R.




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