El envejecimiento empieza a los 20 años
Sí, cuando la juventud está en la cúspide,
las células comienzan su propia cuenta atrás.
«El envejecimiento humano es un proceso
biológico continuo, que se inicia en la concepción y termina con la muerte; eso
sí, algunos órganos comienzan a envejecer antes del nacimiento, mientras que
en otros el proceso se inicia al final del periodo del crecimiento». Las
palabras del doctor José Jiménez, médico-estético de la
Clínica Londres, constatan una verdad que todos los especialistas
comparten, una realidad que, sin embargo, está sometida a muchos factores, de
la genética a la climatología, la alimentación o la raza y que para explicarla
se han formulado más de 200 teorías que intentan desenmarañar el meollo del
envejecimiento. Aunque, como afirma el dermatólogo Ricardo Ruiz (Madrid. Tel. 914 449
797), «todavía se desconoce de forma exacta el porqué de la vejez, sí sabemos
que según se vive así se envejece». Una premisa que alivia en gran medida la
sentencia, porque aunque nunca podremos eludir su cumplimiento, sí podemos
conseguir atenuar sus consecuencias.
Magos,
filósofos, científicos... El intento por explicar el proceso del envejecimiento
lleva siglos siendo objeto de estudio, de cábalas e hipótesis. Algunas absurdas
y desfasadas, otras casi espirituales, pero la mayoría aportan una pieza en un
puzzle que es muy probable que la ciencia acabe un día por completar. De
momento, «podemos dividir todas estas teorías en dos grandes grupos», aclara José lgnacio Lao, genetista coautor del
famoso biochip de ADN y director de USP Dexeus-IDB Genomic Medicine (Barcelona.
Tel. 932 532 282); «en el primero, se agrupan las que afirman que el proceso
del envejecimiento sería el resultado de la suma de alteraciones celulares que
ocurren en forma aleatoria y se acumulan a lo largo del tiempo (teorías
estocásticas, como la del estrés oxidativo); en el segundo, se aúnan las que
suponen que el proceso está predeterminado (teorías no estocásticas, todas las
relacionadas con el genoma). Sin embargo, continúa, no existe la teoría que
pueda explicarlo todo. Probablemente, envejecer sea la consecuencia de una
serie de factores, intrínsecos y extrínsecos, que interactúan sobre el organismo
a lo largo del tiempo y determinan finalmente un debilitamiento en los
mecanismos que mantienen el equilibrio celular». Un alivio, porque significa
que en esto de hacemos viejos, no solo importa la genética «sino también las
agresiones a las que se exponga el individuo y el estado de sus mecanismos de
defensa, internos y externos».
ASÍ ENVEJECEMOS
Antes de que los primeros signos de
envejecimiento se manifiesten sobre la piel, en los músculos, huesos y órganos
internos, sus células ya han dejado de mantenerse en equilibrio, han traspasado
la escueta línea en la que la renovación es más lenta que la destrucción. ¿A
qué edad? Entre los 20 y los 30 andan las apuestas, porque como bien dice Paola Gugliotta, directora de la firma Sepai, «cada organismo tiene sus propias
debilidades. Es difícil percibir en el exterior la pérdida de las habilidades
de las células del tejido dérmico, aunque un síntoma clave puede establecerse
en el tiempo que tardamos en recuperarnos de las lesiones cutáneas». Noemí Yubero, directora de I+D+i de Esdor Cosméticos, corrobora
esta afirmación alegando que «primero se producen los síntomas biológicos, pero
no somos conscientes hasta que se producen los síntomas físicos». A saber,
arruguitas, manchas, poros dilatados, falta de tersura... «En las mujeres,
continúa, las evidencias se manifiestan antes que en los hombres porque nuestra
piel es más fina y está sometida a los vaivenes hormonales». Diferencias
sexuales al margen, cada tipo de piel tiene su propio ritmo de envejecimiento.
«La sensible, aclara Raffaella Greaoris, bioquímica fundadora de Bakel Technologil
Skincare, se torna más reactiva y se sonroja con mucha facilidad». Sus peores
enemigas son las agresiones externas, «que terminan por aumentar la fragilidad
capilar (couperosis) y los problemas de eccemas y alergias». Las secas, «debido
al déficit de sebo, son propensas a las líneas de expresión y a la pérdida de
tono y elasticidad, problema que se acrecienta aun más durante la menopausia».
La piel grasa, tortura en la juventud, «es una bendición en la madurez, ya que
es la menos expuesta a las amigas de expresión y la pérdida de tono; eso sí
tienen más tendencia a la flacidez y la aparición de arrugas profundas»,
concluye. En este punto, no todos los expertos comparten la misma visión del
modo de envejecer de una piel. «En principio, cree el dermatólogo Ricardo Ruiz,
no existen demasiadas diferencias en relación al envejecimiento y la tipología
de piel; aunque sí las hay según las razas y en lo que se refiere a la
distribución de la grasa, repartida en compartimentos que envejecen de manera
aislada, por lo que cada persona sigue un proceso de envejecimiento diferente».
¿Cómo seremos de viejos? Observando a nuestros progenitores podemos desvelar
el misterio, como afirma Olga Solana, del Centro estético
Solana & Rojano (Madrid. Tel. 911 197 670), «cuanto más flácidos están los
tejidos, más nos parecemos a nuestros padres».
La
piel no siempre es un espejo fiable de la edad funcional del cuerpo, de los
órganos que lo sustentan, de esa que nada tiene que ver con la apariencia
exterior, que se mejora con relativa facilidad, sino con la marcha biológica
real de la maquinaria interior. Si el escudo se deteriora por fuera, por dentro
«los huesos se tornan más frágiles, aclara Raffaella Gregoris, y en especial
los más largos; los músculos pierden las fibras estriadas encargadas de ejercer
la fuerza y pierden masa y elasticidad». Este deterioro del aparato locomotor
tiene como consecuencia que perdamos estatura. ¿Y los órganos vitales? Al fin y
al cabo están compuestos por células que con el envejecimiento «se hacen más
grandes y pierden rapidez a la hora de regenerarse, alega Pilar Rojano. y en muchos casos se atrofian o
ralentizan sus funciones». Un ejemplo: el corazón de un veinteañero bombea 10
veces más sangre oxigenada que la que su cuerpo necesita en realidad. Oxigenación,
clave de un cuerpo joven, tanto que, de que el 02 corra por las
venas con fluidez depende, en gran medida, que aparezcan o no otros síntomas
que desvelan un organismo envejecido, «como la pérdida de memoria inmediata,
la agilidad y reacción refleja o el deseo sexual, marcado en los hombres por
una menor producción de espermatozoides y en la mujer por la sequedad
vaginal», como aclara el doctor José Jiménez.” Itziar Salcedo
La piel está en EVOLUCION
Rugosidades, manchas, arrugas, flacidez… La piel está viva y va
envejeciendo con nosotros. Pero, cuidado, nuestros hábitos tienen mucho que ver
en como lo haga.
De hecho, si nos fijamos, se producen cosas tan
opuestas como que, en la madurez, a una mujer se le afina muchísimo la piel y a
otra, en cambio, se le engrosa. En el envejecimiento fisiológico (por la edad y
la genética) se afina todo: las capas de la piel, la grasa, el hueso y el
músculo. «En la epidermis el recambio celular es más lento y la capa córnea más
fina. Además perdemos más agua y la piel es más seca. El cemento intracelular
y los lípidos también disminuyen dificultando la función barrera y hay que
aportar más grasa porque las glándulas sebáceas también están disminuidas»,
explica Pedro Jaén, jefe de servicio de
dermatología del Hospital Universitario Ramón y Cajal y director de la
clínica Grupo de Dermatología (Madrid. Tel. 914 317 861). En la dermis también
disminuye todo: los fibroblastos y la sustancia fundamental (una mezcla de
ácido hialurónico y otras sustancias que forman como una mucosidad que
envuelve las fibras de colágeno y elastina). Y en la hipodermis también se registra
con la edad un menor número de adipocitos y los huesos y el músculo se afinan
(por eso el rostro se descuelga).
En
el envejecimiento ambiental (provocado sobre todo por el sol y el tabaco)
sucede todo lo contrario: «Como la piel sufre una agresión, se vuelve más
gruesa pero más desestructurada por lo que no nos defiende bien del exterior»,
afirma Jaén que explica que esto, en el extremo, produce queratosis y es
terreno abonado para el cáncer de piel.
La dermis también se engrosa: «El sol
calienta la fibra de colágeno convirtiéndolo en un material amorfo (es como
si lo pasáramos por una trituradora) que se expande y da un aspecto grueso a la
dermis, pero que no sirve para nada, no es elástico», explica el doctor que
también apunta que los rayos UV producen oxígeno reactivo (malo) que oxida y
produce inflamación y ese aspecto áspero, con pigmentación irregular... Para
mejorar esto, el doctor recomienda peelings e hidratación, que ordenan los
corneocitos.
A una combinación de
ambos tipos de envejecimiento (fisiológico y medioambiental) se debe la
flacidez. «Se manifiesta después de las arrugas y las manchas, alrededor de
los 40», afirma la doctora Elia Roó, miembro
del grupo de cosmética y terapéutica dermatológica de la AEDV y directora de
la Clínica Dermatológica Clider (Madrid.Tel.915 617 311). «Por el
fotoenvejecimiento se produce una pérdida de la grasa subcutánea con la
consiguiente disminución del volumen facial, pérdida de la elasticidad de la
piel, disminución de la tensión de los ligamentos y reabsorción ósea», explica
la doctora. Pero también hay un componente genético importante «que hace que
personas de 30 años tengan mucha flacidez sin tener prácticamente arrugas».
La localización es muy variable, ya que los estilos más recientes sobre la
distribución de la grasa facial, muestran que está compartimentada y los
distintos compartimentos envejecen de forma distinta: «pero la región temporal
(las sienes) es una de las zonas grasas que primero disminuye y donde antes se
detecta el proceso de envejecimiento», apunta la doctora. Para prevenir la
flacidez: protección solar, buenos hábitos higiénico-dietéticos y cuidados
generales de limpieza e hidratación de la piel. «En las primeras fases, se
puede mejorar y prevenir reemplazando el volumen perdido con materiales de
relleno (grasa, ácido hialurónico, hidroxiapatita cálcica...), infiltración de
bótox para relajar los músculos que tiran de la cara hacia abajo y potenciar
los que tiran hacia arriba y algunos pacientes mejoran con radiofrecuencia»,
recomienda la doctora Roo que apunta que «si se trata de una flacidez avanzada,
el tratamiento es quirúrgico: blefaroplastia, lifting...».
Pero el paso del
tiempo y los cuidados que propiciamos, o le dejamos de propiciar, a la piel, no
solo afectan a su grosor o a su tono, sino también a su textura y relieve.
Aparecen quistes sebáceos, lunares, verrugas, descamaciones, acné... Son
fruto de la genética, el sol, los hábitos nutricionales… La doctora Rosa García Maroto, responsable de la unidad de
medicina estética de Clínica de la Fuente (Madrid. Tel. 915 638 464), propone
contra los quistes sebáceos «si son grandes, usar un bisturí eléctrico para
eliminarlo completamente, e incluso a veces cirugía». Con los lunares
«consultar al dermatólogo siempre que cambie de color, tenga vello, crezca o
tenga bordes irregulares». El doctor Jaén también destaca la aparición de
otras alteraciones como los quistes de milium provocados por los rayos UV,
lunares que a veces se vuelven blancos y parecen verrugas, fibromas,
siringomas (tumores de glándulas sudoríparas) que aparecen en los párpados, y
sobre todo, queratosis seborreicas.
El acné adulto también altera el
relieve y textura de la piel. Un estudio de La Roche-Posay revela que el 51%
de las mujeres de entre 20 y 29 años padece acné, y el 35% de las que están
entre los 30-39 años. Además, una de cada cuatro de ellas no lo había sufrido
en la adolescencia. Se diferencia del juvenil en varios aspectos: afecta más a
las mujeres, mientras que en la adolescencia los chicos lo padecen más.
Aparece en la parte inferior del rostro (mandíbula y, mentón), al contrario
que en la adolescencia que comienza en la frente. Es menos intenso pero puede
ser más duradero en el tiempo y se desarrolla en una piel que con la edad se
hace más sensible y tolera peor los tratamientos agresivos. Su origen no está
bien identificado. La doctora García Maroto lo relaciona con el estrés y
propone tratarlo «dependiendo de la gravedad, con peeling de ácido salicílico
o láser fraccionado». El doctor Jaén lo relaciona con cambios hormonales, pero
también apunta que hay una herencia genética. Para tratarlo propone el láser o
terapia fotodinámica y advierte «que la piel madura acepta mejor la medicación
oral que tratamientos externos muy secantes».
Con la edad
también la pigmentación de la piel deja de ser uniforme y se forman manchas
oscuras de dos tipos: lentigos y melasma. Los primeros (marrón oscuro y
redondos) se eliminan fácilmente con láser en una sola sesión. La segunda, de
color café con leche y bordes irregulares, aparece en pómulos, frente y en la
zona de encima del labio. «Es frecuente en mujeres embarazadas, o que toman
hormonas (anticonceptivos) orales y que se exponen al sol», explica la Dra.
García Maroto. Es una mancha muy difícil que se trata con sustancias
despigmentantes (hidroquinona, ácido retinoico, kójico, vitamina C...) y con el
láser Fraxel Dual, «el que mejor va, pero no es maravilloso», afirma Jaén.
Otra coloración de la edad son pequeños capilares que se tratan con láser
decolorante pulsado.
«Dame ahora 45 minutos de tu tiempo
y te rejuveneceré el rostro; dentro de unos años, solo necesitaré 20 para
seguir manteniéndote joven». Esta máxima, acuñada por el cirujano plástico Javier de Benito, director de USP Dexeus y del IDB (Barcelona.
Tel. 932 530 082), encierra las astucias con las que las técnicas médico-quirúrgicas
juegan contra el tiempo en un intento por mantener a raya las secuelas que los
años dejan sobre los tejidos, músculos y huesos. Una partida donde las cartas están marcadas, en la que se conoce el ganador de antemano,
pero cuyas reglas cambian tan deprisa como avanza la ciencia y hacen posible
hacer pequeñas trampas al envejecimiento y arrinconar la entrega incondicional
a la decrepitud a favor de la armonía, la serenidad y la belleza madura. Una
estrategia que en cada persona tiene sus propias maniobras, porque si bien es
cierto que el tiempo se mide para todos igual, también lo es que en cada
rostro, en cada cuerpo, pasa y se manifiesta de manera diferente.
TRIGONOMETRÍA
APLICADA
¿Cuáles son los cánones que conforman la
juventud de un rostro? ¿Manchas, arrugas, flacidez... Del corolario de efectos
asociados al envejecimiento, cuál o cuáles son los que le restan más lozanía?
¿Podemos saber a los 30 cómo seremos a los 50? Dudas, incógnitas estéticas
que los especialistas de muchas disciplinas van descifrando sin descanso desde
que la belleza dejó de ser un mero atributo, efímero y fugaz, para convertirse
en un activo más de la salud y la calidad de vida, un pilar básico en el que
la armonía y la naturalidad han arrinconado a la perfección como única
aspiración frente al espejo. Sondeando a cirujanos plásticos, dermatólogos y
médicos estéticos, todos son unánimes al preguntarles sobre cuáles son los
atributos que marcan no ya la belleza de una cara, sino los años que refleja
(que no necesariamente coincide con los que tiene). «Angulos mandibulares
marcados, pómulos proyectados, nariz que forme un ángulo de entre 100 y 110°
con respecto a los labios, cejas y párpado superior abiertos y barbilla hacia
abajo». Así describe Purificación Espallaraas, médico-estético experta en medicina
antienvejecimiento (Zaragoza. Tel. 978 834 628), los puntos donde se ancla la
juventud del rostro. A pesar de que «los cánones de lozanía varían de una
cultura a otra y están sujetos a las modas, alega Adriana
Ribé, dermopatóloga y directora de Ribé Clinic
(Barcelona. Tel. 934 881 207), los rostros angulados y ojos despejados
envejecen mejor porque siempre ofrecen una imagen más joven». ¿Así que la
juventud es una cuestión matemática, de trigonometría? Al parecer, sí. «Los
cánones de belleza facial han ido cambiando a lo largo de la historia y aún hoy
obedecen a factores sociales y geográficos, corrobora Antonio Muñoz Delgado, médico estético de la Clínica Londres (información de centros en
toda España: www.clinicalondres.es);
como parámetro universal de juventud en la medicina estética se ejemplifican
los cambios con el llamado triángulo facial. Así, un rostro joven se enmarca
en un triángulo, en el que el vértice inferior corresponde a la barbilla y los
dos superiores a los pómulos; con el paso del tiempo, continúa el experto, el
triángulo se invierte, la base más ancha corresponde al tercio inferior como
producto de la flacidez y del desplazamiento de la grasa, la piel y la pérdida
de masa ósea».
Sin embargo, la lozanía va más allá de la geometría facial y su pérdida también se manifiesta «por el envejecimiento propio de la piel -manchas, arruguitas, poros dilatados...-, la presencia de arrugas o surcos -con el rostro en reposo- en el entrecejo, la frente, los ojos y el más importante, la laxitud y la caída de los tejidos que provocan la pérdida de definición del óvalo facial», aclara el cirujano plástico José Luis Martín del Yerro (Madrid. Tel. 915 352 402). Si bien es verdad que los síntomas son universales, su aparición es tan particular como personas hay; incluso los gemelos idénticos, no envejecen igual aun teniendo las mismas facciones. ¿Por qué? Parafraseando a Ortega y Gasset, la respuesta se deriva de un «yo soy yo y mi circunstancia». Y las circunstancias que nos incumben son de lo más variopinto, desde el tipo de alimentación, al clima donde habitemos, pasando por los cuidados y atención que le proporcionemos a nuestra imagen... ¡y por supuesto, de las pequeñas trampas que le hagamos al tiempo para retrasar sus agujas! «El proceso del envejecimiento se interrumpe o modifica en el momento en que uno se somete a una intervención de cirugía plástica o a una técnica de medicina estética, ya que pueden lograr difuminar, ralentizar y conseguir que nunca lleguen a ser tan marcados como si el proceso siguiera su curso natural». La opinión de Javier de Benito es unánime entre todos los especialistas, pero para mentirle al reloj biológico sin que el resultado resulte patético, hay que saber jugar con los tiempos y las técnicas estéticas, analizando el envejecimiento de una forma global, pero sabiendo que el rostro es un todo que se compone de varias partes, que no todas se avejentan igual y que para hacer trampas sin que se note, hay que ser muy buen jugador.
Sin embargo, la lozanía va más allá de la geometría facial y su pérdida también se manifiesta «por el envejecimiento propio de la piel -manchas, arruguitas, poros dilatados...-, la presencia de arrugas o surcos -con el rostro en reposo- en el entrecejo, la frente, los ojos y el más importante, la laxitud y la caída de los tejidos que provocan la pérdida de definición del óvalo facial», aclara el cirujano plástico José Luis Martín del Yerro (Madrid. Tel. 915 352 402). Si bien es verdad que los síntomas son universales, su aparición es tan particular como personas hay; incluso los gemelos idénticos, no envejecen igual aun teniendo las mismas facciones. ¿Por qué? Parafraseando a Ortega y Gasset, la respuesta se deriva de un «yo soy yo y mi circunstancia». Y las circunstancias que nos incumben son de lo más variopinto, desde el tipo de alimentación, al clima donde habitemos, pasando por los cuidados y atención que le proporcionemos a nuestra imagen... ¡y por supuesto, de las pequeñas trampas que le hagamos al tiempo para retrasar sus agujas! «El proceso del envejecimiento se interrumpe o modifica en el momento en que uno se somete a una intervención de cirugía plástica o a una técnica de medicina estética, ya que pueden lograr difuminar, ralentizar y conseguir que nunca lleguen a ser tan marcados como si el proceso siguiera su curso natural». La opinión de Javier de Benito es unánime entre todos los especialistas, pero para mentirle al reloj biológico sin que el resultado resulte patético, hay que saber jugar con los tiempos y las técnicas estéticas, analizando el envejecimiento de una forma global, pero sabiendo que el rostro es un todo que se compone de varias partes, que no todas se avejentan igual y que para hacer trampas sin que se note, hay que ser muy buen jugador.
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